Incompletos: las mujeres con discapacidad intelectual, el abuso sexual y los vecinos

El hombre, de 26 años, mantenía en cautiverio a dos mujeres con discapacidad intelectual. Las violentaba sexual, emocional y psicológicamente y les pegaba reiteradas veces con palos y cadenas, desde hace por lo menos tres años. Según el auto de procesamiento, las dos víctimas toleraron, naturalizaron y justificaron todas esas situaciones porque tienen “rasgos de personalidad dependientes, debido al retraso mental”. El auto de procesamiento contó con testimonios que corroboraron las agresiones físicas y psicológicas. Uno de ellos, el de un vecino que -según reconoció- veía “todos los días” que el hombre las golpeaba. 

Vecinos

Si este relato fuera el comienzo de una novela policial me gustaría pensar que la clave, el posible misterio o nudo narrativo y ficcional de esta historia, se encuentra en el personaje del vecino. ¿También él (como estas mujeres “retrasadas”) naturalizaba y justificaba esa violencia? ¿O había en su silencio algo mas profundamente callado, desconocido incluso para si mismo, el hilo de alguna complicidad secreta que condujera a los otros posibles sentidos de esta historia?

Pero la noticia no proviene de la literatura sino de un periódico uruguayo que la publicó esta semana bajo el título  se destapó la olla. El cronista, dice que son “rasgos de personalidad dependientes” los que llevaron a esas mujeres a aceptar las condiciones abusivas de esa relación. Puede ser, solo que la “personalidad” no es algo otorgado a piori, sino mas bien un mapa en el que están escritos los sentidos y sinsentidos de cada experiencia humana. O un espejo, en el que se reflejan las imágenes que hemos construido de nosotros mismos, a partir de las miradas siempre errantes que nos sostienen en el mundo.

En el caso de las niñas, adolescentes y mujeres con discapacidad intelectual, esa condición dependiente y vulnerable a la manipulación del otro, no tiene nada de “natural”. Por el contrario, es una forma de sometimiento muy reconocible, construida y cultivada (social, individualmente) a partir del rechazo, la falta de oportunidades, la exclusión educativa y el trato muchas veces degradante,  manipulador y devastado que tantas reciben de su entorno a lo largo de toda su biografía. Un espejo que casi nunca sonríe.

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Violencias

La violencia y el abuso sexual, es una de esas cosas que nadie soporta ver, que es necesario ignorar. En este caso, la presencia ausente del vecino no solo nos habla de alguien que prefiere negar la violencia que se despliega ante sus ojos. Su postura, que nos es nada infrecuente, falla también en reconocer la condición de persona de estas mujeres, condición que queda envuelta y encubierta en el espejismo de sus personalidades. Hay violencia también allí: en la manera que se rechaza y se niega esa condición.

Sigmund Freud hablaba de algo que relaciono con ésto en “Lo siniestro“, un ensayo escrito hace casi cien años. Según describe allí, lo siniestro es algo que nos resulta a la vez cercano (íntimo, familiar) pero ante lo cual nos sentimos “desconcertados, perdidos”. Las diferentes lenguas, traducen la expresión alemana usada por Freud «unheimlich» en términos que refuerzan los significados que se ponen en juego. En griego, por ejemplo, «unheimlich» se dice xenos, que traduciríamos al español como extranjero, desconocido. En inglés, “uncomfortable, uneasy, gloomy”, que significa complicado, difícil o tenebroso. Freud lo ilustra con el ejemplo de “algo inanimado que de pronto se pone en movimiento”, como un robot o un muñeco parlante.

En muchos sentidos, el rechazo que aún hoy genera la discapacidad, es vecino de sensaciones como éstas, en la que las personas se descolocan e incomodan de manera siniestra. Quizás por eso, nadie sabe bien cómo nombrar a estas personas , mucho menos cómo relacionarse con ellas y muchísimo menos prestarles ayuda e intervenir cuando alguien abusa de ellas. Se vuelve inerte, lo que debería ser vital.

Hace poco me contaron de una mujer con discapacidad intelectual que lleva una vida posiblemente feliz en el pueblito donde vive y adonde se las ha ingeniado de manera bastante autónoma para encontrar su amor y formar pareja. Quien me contó esta historia conocía a esta mujer como “la incompleta“, el apodo a la vez amistoso y contundente con el que se conoce a las personas con discapacidad intelectual en muchos pueblos del interior de Uruguay. ¿Como nombrar a estas incompletudes de personas? ¿Cuánto acercarnos a ellas, cómo tratarlas, de que manera escucharlas? Ante la duda, muchos prefieren mirar hacia otro lado, barrer las diferencias bajo la alfombra del silencio, aunque sea a la vista de todos.

Historias como la relatada en este artículo del periódico, no deberían dejarnos solo dolor, sino también algunas enseñanzas que ayuden a destapar un poco más la olla del silencio. Una de ellas, quizás la principal, acerca de lo necesario que resulta tomar posición, evitando engaños y espejismos.

Como escuché decir a alguien hace poco: “si no queremos ser como nuestros vecinos, es necesario no parecernos a ellos”.

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