Ana-lisis de la imparidad

Este texto va al encuentro de tres propósitos, intuyendo que muy probablemente se quede sin completar ninguno de ellos. Por un lado, me interesa sistematizar y compartir la experiencia del Consejo de Impares que desarrollé junto a un grupo de jóvenes con y sin discapacidades en el marco de una propuesta del área de innovación Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (iiDi). imparidades en equilibrioEn segundo lugar, intentarè explorar algunas de las posibilidades que podrían tener espacios como éstos en “aliviar” el padecimiento que deriva de ciertas experiencias de exclusión y en explorar estrategias de respuesta subjetiva y colectiva. Por último, me interesa continuar aproximándome a la relación entre discapacidad y trauma desde una perspectiva psicoanalítica, en la medida que el trauma no estaría relacionado con “lo vivido” sino con las modalidades de inscripción subjetiva de la vivencia de rechazo que suele acompañar a la experiencia de la discapacidad.

Impares

La palabra impairment se utiliza en inglés para identificar lo que en español llamamos discapacidad. Tanto por su etimología, como por su resonancia es posible asociar la condición de impairment con el término impar, que en un diccionario castellano nos conduce a único, singular, maravilloso, atípico y extraordinario, pero también a desigual y raro.

Un poco a partir de esta significativa referencia, y otro poco por el placer que nos produce cuestionar el entusiasmo y la buena prensa que tienen hoy las propuestas de peer counceling y similares, nos propusimos desarrollar como experiencia piloto una serie de encuentros de ayuda mutua (en línea) a adolescentes y jóvenes con y sin discapacidad bajo un título que se pretende alternativo y rupturista: Consejo de Impares.

Realizamos en total cuatro encuentros en línea, entre los meses Mayo y Julio de 2020. Participaron en ellos más de 70 personas jóvenes “con imparidad”, conectándose desde Argentina, Brasil, Paraguay, Perú, Uruguay, Costa Rica, Guatemala, México, Panamá, Nicaragua y Ecuador a través de una plataforma digital.

Las reuniones fueron facilitadas por un grupo de jóvenes[1] que tenían la tarea de iniciar cada encuentro compartiendo testimonios personales que invitaran a desencadenar el intercambio. Previamente habíamos trabajado para seleccionar éstos testimonios y preparar su presentación bajo un formato que buscaba tanto reflejar complejidades como introducir elementos de “alivio cómico” y desdramatizar la escena. Trabajamos también para establecer y definir los límites del rol de éstos facilitadores, a partir de su condición de “pares e impares” con respecto a los y las demás participantes.

En cuanto a mi propio rol en este dispositivo, además de concebir el espacio y preparar a los consejeros y consejeras para la facilitación del dispositivo, me propuse establecer un punto de escucha y registro exterior y ajeno al grupo. Esto implicaba por un lado asegurar el respeto a ciertas reglas de funcionamiento (privacidad, distanciamiento, neutralidad) y por otro des-completar cualquier fantasía de auto ayuda que pudiera generarse en el grupo. Una imparidad externa, neutral y generalmente silenciosa que bien podría describirse a partir del genial chiste de Groucho Marx: incluido, pero afuera.

Se propuso como temática inicial, la autonomía. Partimos de las anécdotas e historias de vida que aportaron integrantes del equipo facilitador y una serie de preguntas disparadoras para animar los intercambios: ¿qué rol juegan familia y amigos cuando queremos apropiarnos de nuestro propio cuerpo y lugar en el mundo? ¿cómo escapamos de los prejuicios y la sobreprotección? ¿cómo atrevernos a aprender y vivir cosas nuevas? ¿qué herramientas nos sirven para encontrar lo íntimo, explorar la ciudad y acercarnos a lo que somos y sentimos? ¿qué podemos aprender de lo que sale mal?

Rebelde way

Si bien me interesa rescatar la tradición de peer counceling, en tanto herramienta histórica de ayuda mutua utilizada por los movimientos de vida independiente y las redes de personas con discapacidad en todo el mundo, propongo abordarla de manera crítica y deconstructiva, pensando en las posibilidades que tenemos de resignificar este modelo a la luz de otras tradiciones teóricas y de las herramientas tecnológicas y de comunicación hoy disponibles.

Desde su propio título, la convocatoria que hicimos intentó des-localizar cierta tradición de “peer counceling”, haciendo énfasis en un trabajo acerca de lo impar de cada experiencia. De esta manera, propusimos un compromiso que solo puede establecerse a partir de cada uno/a, en el sentido de ir detrás de los propios e impares desafíos: la historia, estilo, deseo y condiciones que habitan al sujeto y determinan sus modos de ser y estar en el mundo. La propuesta trató de dejar en claro de este modo, la necesidad de que cada uno/a haga un trabajo personal para escuchar y apropiarse individualmente de lo que era compartido en el espacio colectivo, encontrando así lo que solo le será útil si logra (re) formularlo en sus propias palabras y con su propio timming.

Planteamos de este modo una ruptura con terapéuticas humanistas o conductuales, que emplean lo grupal a la manera de un espejo o caja de resonancia para animar (y también tutelar) a través de la presión de pares, el desarrollo de determinados comportamientos individuales preestablecidos. Si el espacio grupal se dedicara a brindar recomendaciones o recetas en modo cliché, conduciría fatalmente hacia una especie de “manual de supervivencia para discapacitados”. Nuestro enfoque buscó abstenerse activamente de ese tipo de posicionamientos simplotes y dominados por la pegajosa empatía, para priorizar el gesto de una escucha preparada para compartir sin obligar.

Es a partir de la escucha de esos diferentes modos de ser y de estar, que nos propusimos acoger en nuestro dispositivo toda una carga de representaciones, intersecciones, significados y prácticas que suelen ser los que caracterizan y contextualizan la experiencia de la discapacidad en el siglo XXI. Esta experiencia continúa estando fuertemente marcada por la incomodidad y el rechazo que provocan las diferencias, con obvias consecuencias tanto en el plano social como en el subjetivo, en la medida que eso no encuentre algún espacio donde tramitarse, transformarse y reacomodarse.

Bajo estas premisas entonces, el “Consejo de Impares” procuró ir por una arqueología colectiva de ciertos sufrimientos comunes, ana-lizando (aná-lisis, descomposición) las diferentes posibilidades y “soluciones de compromiso” que pudieran ser útiles a la hora de responder ante experiencias personales que suelen ser muy frecuentes en la discapacidad, como la dependencia, el rechazo o la soledad. Las anécdotas e historias compartidas por los/as facilitadores, invitaba a acercarse a desafíos y dificultades frecuentes, buscando por un lado algo del alivio que trae la palabra cuando es acogida de manera recíproca y por otro visibilizar las soluciones que a veces se encuentran para ir en dirección a una “vida vivible” (J. Butler, 2020).

¿Desde dónde partimos?

El enfoque de “peer counceling” o “apoyo de pares” tuvo particular auge en el campo de la psicología social durante los años 80, donde ha conocido también diferentes aplicaciones y concepciones. Habitualmente, se lo define como una metodología del campo de la psicología social a través de la cual personas entrenadas en el rol de apoyo ofrecen contención, escucha y consejo en relación con desafíos personales o vinculares que conocen inicialmente a partir de su propia experiencia de vida.

En el Movimiento de Vida Independiente[3], el apoyo de pares ha sido utilizado como estrategia de mentoría a personas en el marco de procesos de rehabilitación, especialmente en relación con discapacidades motoras. Existen otras experiencias (quizás menos desarrolladas o documentadas), en relación al apoyo de pares entre personas con discapacidad visual, auditiva, intelectual (autogestores) y psico-social.

Otros dispositivos y programas de salud mental y social utilizan estrategias de apoyo entre pares para acompañar procesos de recuperación por vía de la ayuda mutua entre personas que comparten determinados desafíos o experiencias vitales: “alcohólicos anónimos”, programas de deshabituación al consumo de drogas o para bajar de peso. Todas estas propuestas utilizan el “apoyo de pares” como modalidad en la que el dispositivo grupal y el rol del facilitador están dedicados a reforzar y ofrecer “auxilio yoico” desde una posición de mayor experiencia con el dolor o el sufrimiento que genera el síntoma a partir del cual se reúnen.

También existen modelos similares en el campo de la salud y medicina comunitaria que reconocen el valioso rol de “pacientes expertos” en procesos de rehabilitación y recuperación de personas que han sufrido accidentes o padecen enfermedades crónicas[5].

¿Qué hacer con lo traumático?

La pregunta fundamental sería entonces: ¿qué hacemos con un aparato psíquico que ha sido marcado profundamente por la violencia?  Paul Preciado

Por supuesto que hay muchas formas de habitar la discapacidad y también de ser habitados por ella. El psicoanálisis nos permite escuchar que lo que es “traumático” para una persona no necesariamente lo es para otra, que un acontecimiento banal puede tomar valor de trauma y que muchas veces se repite algo que resultó doloroso. Lo interesante consiste entonces no en analizar el trauma sino explorar diferentes versiones, variaciones y respuestas posibles ante lo que aparece como traumático.

A través de estos años de convivencia y escucha a personas jóvenes con diferentes discapacidades y niveles de autonomía, he tenido la oportunidad de reconocer que, si algo tienen en común sus experiencias, no es tanto lo traumático que pueda acarrear la pérdida de cierto nivel de funcionalidad, sino el hecho de habitar realidades adonde nunca consiguen encajar del todo.

De allí que su experiencia (esa experiencia doblemente impar de la adolescencia y la discapacidad) sea a menudo incómoda a la vez que incomodante y des-acomodadora tanto en relación con lo hegemónico y lo establecido, como a la propia subjetividad de quien la habita[2]. Si hay algo impar en la discapacidad se trata justamente de experiencias cotidianas en las que a través del cuerpo (su forma, sus movimientos) o de las modalidades del lenguaje (la comunicación, la interacción) se expresan modos de ser y de estar en el mundo en los que suele expresarse un des-encuentro con lo esperado. Algo de lo “ominoso” habita en este desencuentro, adonde “lo extraño se nos presenta en lo conocido y lo conocido se torna extraño”. (Freud, 2019)

He tenido también la oportunidad de conocer a través de la intimidad compartida que produjeron estos encuentros, historias que nos invitan a interrogar algunas de esas entelequias con las que aún se nos propone distinguir lo “normal” de lo “diferente”. En el cuestionamiento de tales etiquetas, se encuentra la potencia principal de estos encuentros, especialmente cuando reúnen a su alrededor a personas jóvenes que tienen capacidad para rebelarse y pensar las cosas desde otros lugares, maquinando así nuevas categorías, saberes y herramientas.

Pensamos entonces en el contexto de internet y sus redes como una herramienta a la que podemos recurrir para acoger y aliviar un poco de estas “cargas”, tal como ya ha venido ocurriendo en otras iniciativas de ayuda mutua que ofrecen espacios de encuentro y contención a redes de mujeres, minorías étnicas, disidencias sexuales y otros grupos minoritarios o emergentes (EroTics, 2008).

En el campo de las discapacidades y sus desafíos vitales, es posible que espacios como éstos contribuyan con procesos personales y colectivos que permitan apaciguar los efectos traumáticos que muchas veces acompañan la experiencia de la discapacidad confundiéndose con ella: soledad, inhibición, victimización, agresividad, sentimientos de culpa. Nuestra hipótesis clínica implica la idea de que reducir el aspecto inhibidor y patologizador de estas vivencias, generaría oportunidades nuevas a nivel subjetivo para des-dramatizar las limitaciones, oxigenar el deseo y abrir espacios personales para expresarse con mayor espontaneidad y libertad.

Este tipo de encuentros no son nuevos en el mundo de la discapacidad y han sido relativamente frecuentes en Estados Unidos como parte del Movimiento de Vida Independiente. En el contexto de internet esta tradición precisa ser re-visitada y resignificada a partir de las posibilidades que ofrece como herramienta de encuentro.

Abanicos

Nuestros encuentros se realizaron durante los peores días de la pandemia por Covid 19 con todo lo que esto implicó de traumático en tanto crisis sanitaria, económica, social y subjetiva. En este contexto, que interpeló negativamente las posibilidades de autonomía para todos, muchos de los testimonios sumaron la dureza de estar viviéndolo en soledad o en un entorno de confinamiento familiar o institucional que agravaba las cosas.

En este sentido, los encuentros estuvieron deliberadamente signados por el deseo de disminuir y poner entre paréntesis algo del sufrimiento y la angustia que invadieron la cotideaneidad de todos, pero especialmente de aquellos con menos autonomía o recursos para lidiar con el encierro. Las anécdotas y consignas buscaron iluminar con otras luces esta situación, generando un flujo de confianza y optimismo que pueda contagiar y ayudar a mitigar los miedos y romper las inevitables inhibiciones.

Que de experiencias tan duras como la que vivimos actualmente emerjan voces que aportan vitalidad y coraje, nos habla de una forma de inteligencia maravillosa y rebelde, que en general desconocemos y a cuya función conciliadora pocas veces tenemos acceso. Suelo asistir maravillado a estos momentos y recordar que en Freud el sentido del humor es “un preciado abanico en días de tremendo calor” y también un factor que “des-sacraliza el sufrimiento” cumpliendo así con una función apaciguadora de la angustia. Si bien es cierto que por sí mismo, el humor es incapaz de resolver las cosas y produce un alivio más bien breve, no es poca cosa en estos días ofrecer algo que ayude a regular el dolor y a reponerse un poco hasta que soplen vientos mejores. Me inspira en este sentido un comentario reciente de Paul Preciado, señalando que para quienes son objeto de rechazo (por una condición diferente o disidente) “es mil veces más efectivo un campamento drag King que 10 años de psicoanálisis”.

[1] Camila Rossi, Virginia Ossana, Lucho Flores, Anielka Palma, Jembell Chinfundio, Sofía Savoy, May Betanco, Joselyn Mora y Natalia Farías (todas y todos vinculados a la Red Juvenil META).

[2] http://www.sergiomeresman.com/poetica-de-la-incomodidad/

[3] https://ovibcn.org/movimiento-de-vida-independiente/

[4] https://www.who.int/disabilities/cbr/guidelines/es/

[5] http://www.revistanacate.com/entrevistas/entrevista-a-paul-b-preciado/